EL
SISTEMA DE CRÉDITO SOCIAL CHINO
En mayo de 2018 China
inauguraba un nuevo método de control social destinado a premiar y castigar a
los malos ciudadanos. Esta revolución puede reinventar el concepto de gobernanza
y traer una nueva sociedad de clases a largo plazo que los países democráticos
pueden sentirse tentados de aplicar.
“La civilización no tiene
en absoluto necesidad de nobleza ni de heroísmo. Ambas cosas son síntomas de
ineficacia política”, sentenciaba un personaje de Un mundo feliz (1932), de
Aldous Huxley. En esta distopía literaria se había conseguido terminar con la
anarquía internacional creando un Estado mundial omnipotente que, mediante la
perfecta división en clases —fruto de la ingeniería genética y el
acondicionamiento y el control social a través del entretenimiento, había
conseguido paz perpetua.
El personaje equipara
civilización a estabilidad y paz social de una manera tan pragmática que todo
lo que atenta contra ello es, sin duda, una falacia política, un obstáculo
innecesario. Nobleza y heroísmo, esas cualidades románticas que en la ficción
de Huxley desaparecen por completo, no tienen cabida en el Estado
contemporáneo. Las antiguas ideas el liberalismo, los derechos humanos, el derecho
a la intimidad y a la privacidad… no hacen sino obstaculizar la protección del
“bien común”. A cambio, pan y circo adecuados a las necesidades de cada capa
para evitar el cuestionamiento político.
China se enorgullece de
ser la “civilización más antigua aún existente”. En la filosofía política china
siempre ha destacado la necesidad de confiar en un poder centralizado para
pacificar y dirigir todo el territorio, poder personalizado en el “Mandato del
Cielo” con el que cuentan los gobernantes, la herramienta legitimadora de su
poder y su acción. Los siglos de imperio salvando los periodos de desunión y
ahora la República Popular China siguen ese patrón, que cuenta con milenios de
experimentación.
China, protagonista en su
visión paralela de la Historia, promociona su glorioso pasado como causa de su
éxito, de su forma de gobierno y de sus valores. El paso adelante que ha dado
Xi Jinping, tras consolidar su poder, con la introducción de nuevos métodos de
control el bautizado como “crédito social”no es más que un nuevo giro de tuerca
a las herramientas de persuasión y censura que ya caracterizaban al país.
LA CHINA DE ANTES
La censura es una
herramienta muy útil cuando en el horizonte se perfila una Historia
alternativa. Antes de la puesta en marcha del sistema del crédito social, que
entró en vigor a nivel nacional en mayo de 2018 y que seguirá desarrollándose
hasta 2020, el control chino se llevaba a cabo, de manera generalizada, por
medio del control de los medios de comunicación tradicionales, la producción
artística, las empresas, la burocracia, la educación y el ciberespacio.
Con la sustitución de las
fuentes de información tradicionales por la era de los titulares, China ha sabido
desarrollar con éxito plataformas equivalentes a las propuestas de Silicon
Valley y que, además de proporcionar directamente al Gobierno datos de sus
ciudadanos, funcionan mejor. Aplicaciones como WeChat fueron de las primeras en
ofrecer videollamadas por internet; además, contiene un espacio de “momentos”
en el que el usuario puede subir información sobre lo que está haciendo, al
estilo de Facebook, Snapchat o Instagram. Hoy WeChat cuenta con otros atributos
novedosos, como la posibilidad de utilizarse como tarjeta de pago o para enviar
dinero.
Las redes sociales no son
la única rama por la que China controla el ciberespacio. Es también conocido el
fenómeno de los buscadores, como Baidu una suerte de Google chino, plataformas
de reproducción y otros servicios. No obstante, es el hecho de la construcción
de un cortafuegos que regula las páginas aceptables y prohibidas lo que genera
mayor dolor de cabeza al Gobierno chino, puesto que saltarse estos controles es
sencillo con herramientas que ocultan la localización entre otros elementos
relacionados con la privacidad.
LA CHINA DE AHORA
Tras la celebración del
19.º Congreso del Partido Comunista de China en octubre de 2017, el pensamiento
de Xi se incluyó en la Constitución china, equiparado a líderes como Deng
Xiaoping o el propio Mao. Para la realización de uno de los objetivos de su
pensamiento, el retorno a la antigua gloria de China o “Rejuvenecimiento”, el
presidente ha centrado su atención en la propagación nacional de los valores
comunistas para evitar su relajamiento en el híbrido Estado creado en los 80.
Su PIB per cápita se ha
triplicado en la última década y un boom similar ha experimentado el turismo
chino en el exterior, donde son los que más gastan; a ello se le suma el hecho
de que el número de estudiantes chinos en el extranjero se acerca al medio millón.
Se trata de una entrada y salida de ideas que es necesario vigilar. Con una
China cada vez más grande, fuerte, competitiva y globalizada, el sistema de
crédito social nace para responder a esta necesidad y puede entenderse como un
paso más con cierta lógica retorcida en la adaptación de los medios disponibles
al sistema de censura existente.
Gracias al nuevo método
puesto en marcha, el Estado recibe y gestiona grandes volúmenes de información
obtenida en colaboración con bases de datos policiales e instrumentos de alta
tecnología, como las gafas de reconocimiento facial. Los recoge
indiscriminadamente y sin autorización previa no solo mediante lo perceptible e
identificable saber quién es el culpable de romper cierta ley, sino también
mediante la potencial colaboración con el sector privado, incluidos gigantes
como Alibaba. Difiere en su esencia, por tanto, de las empresas que ofrecen
beneficios a sus clientes habituales como estrategia de marketing o de aquellas
en China, como la empresa para compartir bicicletas Mobike, que penalizan a
aquellos que infringen las condiciones de la aplicación, como aparcar bien o
respetar las señales de tráfico, ya que estas necesitan que el usuario haya
decidido instalar en su dispositivo la aplicación correspondiente.
CÓMO FUNCIONA EL SISTEMA
Uno de los primeros
lugares donde se implementó en su versión beta fue en la ciudad de Rongcheng.
Este experimento a nivel micro de lo que está por venir empapa todo en la vida
diaria. Personas y empresas empiezan con mil puntos, que se traducen en un
sistema de calificación de la A a la D. Los puntos se añaden por servicios a la
comunidad, comportamientos excepcionales y premios recibidos. La resta puede
producirse por desde no cederle el paso a los peatonesalgo increíblemente común
en Asia hasta retrasarse con el pago de las facturas o tener una multa de
tráfico.
En Rongcheng existe un
sistema unificado de información con todos los datos relevantes para la
evaluación al que las autoridades locales y, más tarde, regionales y nacionales
van sumando sus averiguaciones. Un perfecto cordón burocrático, típico de la
organización social china desde tiempos imperiales, que acumula datos sobre la
vida diaria y el comportamiento registrado por las instituciones. Dependiendo
de su categoría, se premia o castiga al ciudadano temporalmente. En mayo, el
primer mes del crédito social, 169 personas perdieron el derecho a viajar
dentro y fuera del país por su baja puntuación. Otras consecuencias son la
denegación de reservas en los mejores hoteles, no poder solicitar ciertos
empleos, impedir que los hijos vayan a las mejores escuelas o quedarse sin
mascota.
El sistema de crédito
social perpetúa las condiciones para seguir desarrollando el experimento
político y económico y obliga a someterse a una serie de reglas añadidas a las
legales dictadas desde el Politburó, lo cual puede generar, junto con la
protección del culto al Estado, una nueva sociedad de clases. La baja
puntuación de unos padres puede comprometer el futuro de su descendencia al
forzarlos a acudir a centros menos reputados, lo que a la larga tendrá un
impacto en sus oportunidades profesionales y marcará su entorno de amistades y contactos.
De igual manera, la mejor educación y los mejores empleos acabarán reservados
para los ciudadanos más leales, lo que dará lugar a una nueva esfera
privilegiada y generará nuevas dinámicas de desigualdad.
¿TIENE CHINA LAS LLAVES
DEL FUTURO?
En septiembre de 2018,
China superaba a la Unión Soviética en términos de longevidad. Con ello
desmentía tanto la hipótesis de que la prosperidad lleva a demandas de derechos
y libertades ciudadanas como que la democratización es crítica para gestionar
los ciclos económicos negativos. La
segunda economía mundial ha sabido crear una cultura del consumo que subsume la
necesidad activa de participación política y la desaceleración económica no ha
disparado los niveles de disidencia. La creación de un modelo ideal de
ciudadano, el ciudadano A+++, que cede su tiempo como voluntario, es eficiente
en los pagos, se comporta de manera ejemplar y es leal al partido, corre el
riesgo de redefinir el concepto de gobernanza.
La supervisión exhaustiva
de la población china comenzó a llenar los periódicos con las gafas de
reconocimiento facial, conectadas a las bases de datos policiales para acelerar
el reconocimiento de vehículos y personas sospechosas. Sin embargo, estos
nuevos métodos y su repercusión en la vida diaria han hecho saltar las alarmas
de organismos como Human Rights Watch. La opacidad característica del sistema
chino hace que los límites de su implementación sean difíciles de imaginar. Lo
que sí podemos concluir es que con ello China se ha propuesto, indirectamente,
ofrecer al mundo un nuevo modelo competitivo de sofocar las amenazas a la
seguridad interior por medio de la vigilancia intensiva y el fortalecimiento
del poder del Estado.
Si mediante la
utilización pragmática de los datos de sus ciudadanos China consigue crear una
sociedad más próspera en términos totales, cabe preguntarse si podría
utilizarse un método similar en otras partes del planeta. El dilema
seguridad-privacidad lleva discutiéndose mucho tiempo y casos como el escándalo
de Facebook, que precipitó la aprobación de una nueva ley de protección de
datos europea, evidencian los riesgos a los que los ciudadanos se encuentran
expuestos. Si la utilización del historial de búsquedas en internet, de compras
e inversiones, el rastro en las redes sociales o el incumplimiento de las
normas de convivencia sirvieran para crear una sociedad más segura, ¿quién
sería capaz —Gobierno o ciudadano— de negarse a utilizar un sistema similar
bajo la bandera del “bien común”?
Los peligros de
traicionar la ética de las Constituciones de los países democráticos ya se
encuentran bajo examen en un contexto mundial de desencanto con los ideales
democráticos. El modelo chino está volviéndose cada vez más popular: es menos
exigente con lo que se encuentra fuera del alcance del poder del Estado y, en
un mundo donde la sensación de seguridad dentro de él está cada vez más
comprometida por las olas migratorias, los ataques terroristas y otras amenazas
a la seguridad, la vigilancia masiva podría terminar vista con buenos ojos.
No obstante, la
implementación fructífera de la vigilancia masiva va en contra de todo el
progreso social que tantos años y vidas ha sacrificado. Los efectos panópticos,
como el miedo o la desconfianza masiva, pueden terminar con el contrato social
y las formas de gobierno colectivas. La falta de libertades se opone a la
creatividad y la inventiva; al progreso, en última instancia. La seguridad
absoluta no existe y, por ello, el Estado tiene que buscar nuevas formas de
colaboración, de transparencia en vez de secretismo, y cadenas de mando
optimizadas vigiladas por el imperio de la ley que permitan determinar
responsabilidades.
Puede que Xi cuente con
la legitimidad que la idea del Mandato del Cielo le otorga según la tradición,
pero Occidente se debe a otras dinámicas de momento. El tiempo desvelará si lo
inaugurado en China es el comienzo de un nuevo significado de gobernanza, pero
de momento podemos imaginarnos un presente con olor a las obras de Huxley y
Orwell o el Black Mirror de Channel 4/Netflix, y en estas obras de ficción nada
termina bien.
REFERENCIA
https://elordenmundial.com/el-sistema-de-credito-social-chino/